La salida de José Luis Espert de la lista bonaerense de La Libertad Avanza expone la tensión entre la lealtad personal de Javier Milei y la necesidad política de contener el desgaste electoral. El episodio marca el primer gran test de gobernabilidad del oficialismo en plena campaña.
La renuncia de José Luis Espert no fue solo una decisión personal ni un gesto de dignidad frente al escándalo. Fue, en esencia, el desenlace de una crisis política interna que amenazaba con escalar y comprometer los últimos tramos de la campaña presidencial de Javier Milei.
El detonante fue la denuncia que vinculó al economista con el empresario Federico “Fred” Machado, condenado en Estados Unidos por narcotráfico y lavado de dinero. Aunque Espert intentó resistir, la presión dentro de La Libertad Avanza (LLA) se volvió insostenible. En el corazón del poder libertario, la tensión se multiplicaba: lo que comenzó como una “opereta mediática”, según el propio Milei, terminó por convertirse en un riesgo político incontrolable.
Desde la Casa Rosada, los principales operadores del gobierno —Karina Milei, Santiago Caputo, Patricia Bullrich y Guillermo Francos— venían advirtiendo el costo de sostener a un candidato cuya defensa se diluía entre contradicciones y silencios. “Si esto sigue así, perdemos por 20 puntos en la Provincia”, fue la frase que, según una fuente cercana al oficialismo, terminó de convencer al Presidente de aceptar la renuncia.
El límite del blindaje libertario
Milei defendió a Espert hasta el final, incluso ante la presión mediática y el reclamo de sus propios ministros. Pero el blindaje personal del presidente encontró su límite en los números de las encuestas y en la calle: el caso ya se había instalado en la conversación pública y erosionaba la credibilidad de un espacio que hizo de la transparencia su bandera.
El episodio, además, tuvo reminiscencias del caso Niembro en 2015, cuando Mauricio Macri debió aceptar la renuncia de su candidato por un escándalo similar. No es casual que el propio Macri, en su reunión con Milei en Olivos, haya sugerido “no arrastrar el costo” más allá de lo necesario.
Espert intentó defenderse con un discurso grabado, en el que habló de una “persecución del sistema” y prometió demostrar su inocencia “sin fueros ni privilegios”. Pero lejos de despejar dudas, su mensaje generó más confusión. La entrevista del sábado en Radio Mitre —entre lágrimas, insultos y versiones contradictorias— selló su suerte.
Una decisión inevitable
El domingo, Espert se reunió nuevamente con Milei y le comunicó su decisión. Fue el propio Presidente quien la aceptó con palabras medidas: “El profe antepuso los intereses de la Nación a los personales”. Detrás de esa frase pública se escondía una realidad más cruda: la campaña no resistía otro día de crisis.
La dirigencia libertaria celebró en privado el desenlace como un “alivio necesario”. En paralelo, comenzaron los movimientos para reorganizar la lista bonaerense, que ahora será encabezada por Diego Santilli, seguido por la periodista Karen Reichardt.
Un daño que ya está hecho
Aunque el oficialismo intenta cerrar filas y mirar hacia adelante, el costo político ya está medido. Los informes internos del equipo de campaña muestran un dato contundente: el 90% del electorado conocía el escándalo, y más de la mitad consideraba que Espert debía renunciar. En redes sociales, el sentimiento negativo hacia LLA creció un 35% en apenas tres días.
En política, no siempre sobrevive el más fuerte, sino el que reacciona a tiempo. Milei lo entendió, aunque tarde. El “profe” Espert, que hace apenas un mes se mostraba como símbolo de la alianza entre libertarios y ex macristas, terminó convirtiéndose en la primera víctima del poder que ayudó a construir.
Y en el tablero electoral, el episodio deja una enseñanza que el Gobierno no podrá ignorar: la libertad no exime de la responsabilidad, y el fuego amigo también quema.
